jueves, 25 de septiembre de 2008

Pagando los platos rotos de la exuberancia irracional del mercado

Una de las piedras angulares del modelo (panacea) capitalista neoliberal que impera en nuestros días es la visión que otorga al Estado un papel mínimo, a lo sumo de mero facilitador del buen funcionamiento del mercado. Según esta ideología político-económica, el Estado ha de limitarse a las funciones de protección contra la violencia, el robo, el fraude, el pago de las deudas, y sobre todo evitar la violación de los sacrosantos contratos. Cualquier otro Estado más intervencionista, que se atreva a regular, y sobre todo a redistribuir las riquezas (que San Adam Smith no lo permita), viola el derecho de las personas a no ser forzadas a hacer ciertas cosas y es injustificable.

Pues bien, los últimos acontecimientos que han conmocionado y sacudido los mercados financieros de todo el mundo, a raíz de la crisis de crédito y la enorme burbuja especulativa del sector inmobiliario en los EEUU y otros muchos países, han echado por tierra el susodicho principio. El gobierno de los EEUU ha tenido que salir al rescate del sector financiero sacándose de sus arcas cantidades astronómicas que pueden acercarse a los tres billones de dólares (casi tres millones de millones, 2 800.000.000.000, Guardian article), una intervención sin precedentes que solo encuentra parangón en la que precedió a La Gran Depresión de los años 30. Claro está, ese dinero procede de los impuestos que los ciudadanos pagan al Estado, que pagan los platos rotos de lo que Alan Greenspan, en un lapsus mental, calificó como exuberancia irracional del mercado. En otras palabras, la supuesta e infinitamente superior y omnipotente mano invisible del mercado le pide a su bestia negra, el Estado, con ojitos de cordero degollado que la salve de la más absoluta catástrofe.

No son solo los ciudadanos norteamericanos los que pagan, en Europa y el resto del mundo también pagamos a través de nuestros bancos centrales, desde donde se han inyectado enormes cantidades de dinero en el mercado financiero norteamericano para evitar su hundimiento, arrastrándonos también hacia la crisis. Parece incluso que en algunos países (EEUU, Reino Unido, Benelux) se van a nacionalizar bancos y entidades financieras en el centro de esta debacle. Todo ese dinero que los gobiernos centrales están desembolsando no solo sale de los bolsillos de los contribuyentes, sino que además se deja de destinar a causas mucho más laudables como la educación, las infraestructuras, los sistemas de salud y otras causas sociales. Como ha apuntado Joseph Stiglitz, la crisis de Wall Street es debida a la hipocresía y avaricia de los fundamentalistas de mercado que han impuesto durante demasiado tiempo su fe ciega en la desregulación y el poder de la mano invisible.

Pues bien, es hora no solo de introducir más regulación, sino de rediseñar el sistema financiero en su conjunto. Tras la crisis de La Gran Depresión, llegó la elección en 1932 de Franklin Delano Roosevelt, quien puso sobre la mesa el famoso New Deal, que vino a significar un giro radical con respecto a la política económica anterior que se basaba en el llamado principio de laissez faire, o lo que es lo mismo, el Estado ha de limitarse a funciones mínimas que a lo sumo faciliten el buen funcionamiento de los mercados...¿suena familiar? Uno de los objetivos principales del New Deal fue el establecimiento de controles bancarios más estrictos para evitar que se pudiera provocar otro crack bursátil en el futuro, lo que funcionó bastante bien hasta la llegada en la década de los 70 de Reagan y Thatcher, tras otra gran crisis llamada crisis del petróleo, quienes lograron imponer su visión neoliberal y minimalista del Estado.

Es difícil evitar las comparaciones entre ambos acontecimientos. Ambas crisis fueron provocadas por la excesiva permisividad hacia los mercados, su exuberante irracionalidad y su exclusiva fijación en el beneficio rápido y copioso. Al igual que La Gran Depresión, esta crisis precede a unas elecciones generales en los EEUU.

Lo único que queda esperar pues es que, al igual que La Gran Depresión, esta crisis haga reflexionar a políticos y ciudadanos y que se establezcan prioridades distintas a las de enriquecer más aun a los ya ricos en la esperanza de que sus migajas nos ayuden a vivir a los demás. En el supuesto caso de que el candidato demócrata Barack Obama ganase las elecciones de noviembre de este año, debería tomar ejemplo del New Deal de Roosevelt y cortarle las alas a esas langostas financieras que cuando se hacen enjambre causan estragos en su insaciable apetito por el beneficio. Ellos jamás se van a cortar las alas, así que es la obligación de los ciudadanos el exigir a los políticos que lo hagan por nosotros.

Es hora de que se retire el tsunami neoliberal y entre la marea social-demócrata.

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