jueves, 24 de abril de 2008

Monedas en enjambres furiosos; lo que no se suele decir sobre la crisis alimentaria

A veces las monedas en enjambres furiosos
taladran y devoran abandonados niños.

Esta es una de las poderosas imágenes que Federico García Lorca utilizó en su poema La Aurora, incluido en su obra Poeta en Nueva York. A veces esta imagen parece tomar forma en mi mente cuando me informo sobre el papel que juegan, sobre todo, los fondos de inversión de alto riesgo, con su insaciable preocupación por producir beneficios rápidos y copiosos para sus inversores y directivos. Tras leer un artículo en Spiegel sobre el papel de los especuladores en la crisis mundial de alimentos básicos fue precisamente la imagen del poema de Lorca la que se me vino a la mente.

La crisis mundial de alimentos básicos está siendo retratada por los medios de comunicación dominantes en muchos casos de una manera bastante superficial y sesgada (véase este articulo de El País como ejemplo y este otro artículo de la BBC como excepción. El País parece comenzar a reflejar en este artículo una visión más amplia tras la ultima cumbre de la FAO).

Las causas que se le achacan a la crisis suelen ser principalmente el uso de los biocombustibles, el crecimiento de la población mundial y el mayor consumo sobre todo en países como la India o China. Es decir, la culpa de la crisis recae, como siempre, en los países en vías de desarrollo, que debido a su mayor uso de biocombustibles (con el caso de Brasil como ejemplo más citado) o su desmesurado número de habitantes parecen crear una crisis que sobre todo les afecta a ellos mismos.

Se le ha dado bombo y platillo a las declaraciones de un experto de la ONU que comparó el uso de los biocombustibles con "un crimen contra la humanidad". A pesar de que tanto el uso de los biocombustibles como el incremento del consumo en los países en vías de desarrollo tienen un papel importante en el marcado incremento de precios de alimentos básicos, se deja pasar entre otras cosas el impacto de los subsidios agrarios en Europa y EE UU y el papel que los fondos de inversión de alto riesgo tienen en la crisis, y ello a pesar de que también desde la ONU se hace hincapié en estos últimos temas. Es decir, se deja de lado la parte de culpa que le correspondería a los países ricos e industrializados en la crisis. De esta manera, los medios de comunicación dominantes prefieren echar mano de los biocombustibles y el aumento de la población mundial, quizás porque son temas más fáciles de entender y porque le dan un carácter más sensacionalista a la noticia.

El impacto de los políticas agrarias en EE.UU. y Europa en la actual crisis alimentaria es innegable. Durante varias décadas los precios de productos básicos como el trigo, el arroz o el maíz se mantuvieron artificialmente bajos a nivel mundial a causa de los subsidios a la producción y a la exportación de estos productos en las citadas economías. Estos subsidios permitían colocar los productos en el mercado mundial a precios muy inferiores a los que se venderían normalmente. Los efectos principales han sido, además del mantenimiento de precios bajos, la concentración de la producción en las citadas economías y en otros pocos grandes productores, y la peor de todas, el forzar a los pequeños agricultores de los países en desarrollo (que representan la inmensa mayoría) a abandonar su modo de vida al no poder competir con los agricultores de Europa y EE.UU. Millones han visto y sufrido la perdida de sus modos de vida (hay que tener en cuenta también los subsidios a la ganadería). No es ninguna sorpresa por lo tanto que los que más sufren esta crisis alimentaria sean los países en desarrollo, especialmente los más pobres, y que sus sistemas de agricultura (en gran parte de subsistencia) hayan sido muy perjudicados y diezmados durante varias décadas, entre otras causas, por los subsidios de los países ricos.

Según la ONU las reservas de cereales mundiales están casi al límite de agotamiento. Los precios han aumentado desde principios de 2006 un 217% para el arroz, 137% para el trigo, 125% para el maíz y 107% la soja. Además se necesitarían unos $500 millones (€312 millones) de ayuda alimentaria inmediata para evitar catastróficas hambrunas. Pero como se apunta en el artículo de Spiegel, la teoría clásica económica de la oferta y la demanda no puede explicar en su conjunto las recientes subidas vertiginosas de precios. Y es aquí donde los fondos de inversión de alto riesgo, como también los bancos de inversión, fondos en índices y de pensiones, juegan su papel distorsionador cuando en su pulular alrededor del mundo atacan los mercados de alimentos básicos como monedas en enjambres furiosos.

Muchos de estos inversores parecen no tener consideración alguna o estar ajenos a los efectos que tienen sus apuestas en el casino mundial en el que se juegan sus fortunas. Como bien dicen en el artículo de Spiegel, estas prácticas son el equivalente de jugarse la provisión diaria de alimentos de los más pobres del mundo. Estos fondos de inversión y sus directivos solo están preocupados por el rendimiento de sus inversiones, es decir, han de dar el mayor beneficio en el menor tiempo posible. Para ellos el contexto donde estos juegos de azar tienen lugar no es relevante, a no ser que repercuta negativamente en el rendimiento.

Por ilustrar de alguna manera la problemática entorno a los inversores y directivos arriba mencionados y la libertad de movimiento que se les concede, se podría hacer una comparación con unas compañías farmacéuticas que desarrollasen medicamentos sin hacer ningún estudio sobre los posibles efectos secundarios de los mismos y que directamente los administrase a los pacientes sin ni si quiera preocuparse de observar los efectos post-tratamiento. Además, la agencia estatal ocupada de asegurar la seguridad de los medicamentos haría caso omiso sobre cualquier advertencia asumiendo que lo mejor para las compañías farmacéuticas (y sus directivos y accionistas) es lo mejor para la sociedad en general. Es de hecho como si se le administrase medicinas a los pacientes a sabiendas que estos se pondrán incluso más enfermos. Aunque parezca un tanto descabellado, esto es sin embargo lo que sucede en realidad con los diversos fondos de inversión y las agencias estatales que en teoría se encargan de controlarlos. En resumidas cuentas, lo que prima es el interés de un manojo de inversores y directivos sobre el bienestar y la seguridad de la sociedad en general.

Si la crisis mundial de precios de alimentos básicos nos ha de servir de algo es no solo para que se cuestione el uso de los biocombustibles y el reparto de alimentos básicos en el mundo, ha de ser utilizada como otro argumento más para domar o incluso exterminar esos enjambres furiosos de capital especulativo que no tienen consideración alguna por nada que no sea el beneficio puro y rápido, así como para replantear radicalmente el actual sistema de subsidios agrarios.

miércoles, 23 de abril de 2008

"Waterboarding", un eufemismo atroz



Esta será la última vez que utilizo este infame eufemismo, que no tiene traducción posible al castellano y que no quiere decir otra cosa que
tortura por simulación de ahogamiento. El término se lo sacó de la manga la administración Bush para evitar revelar la evidente connotación de abusos de los derechos humanos y la infracción de la legislación internacional que tiene el término simulación de ahogamiento o asfixia. La administración Bush es una campeona del eufemismo, con otras perlas como "rendition flights" (secuestros y traslados por avión), "enemy combatants" (para evitar el término prisionero de guerra que implica la aplicación de la Convención de Ginebra), "Guantánamo Bay detention camp" (por no llamarlo campo de concentración). En este caso, sin embargo, Amnistía Internacional ha destrozado algunos de estos eufemismos con imágenes, que es quizás la única forma en la que el público en general se pueda hacer una idea de lo que significa para un ser humano ser torturado. Dado que el presidente Bush utilizó su derecho de veto contra una enmienda de ley que prohibiría a la CIA el utilizar técnicas como esta, argumentando que es una técnica "mejorada y aceptable de interrogación", hay que hacer presión de alguna manera, y de momento la campaña de AI es un muy buen intento.

sábado, 19 de abril de 2008

La problemáica de la crítica a la globalización


Uno de los problemas que observo en los movimientos críticos con el modelo de globalización que impera en nuestros días es que muy a menudo no parece estar claro si lo que se quiere es rechazarlo completamente, lo que se parece desear desde ciertos sectores del movimiento antiglobalización, o si bien se pretende reconvertir su potencial en una fuerza transformadora que cree menos desigualdad mundial y que signifique una mejora de las condiciones de vida a todos los niveles sociales, básicamente lo que pretende el movimiento pro justicia global. Es principalmente hacia algunos sectores del movimiento antiglobalización a los que va dirigida esta entrada, ya que creo que el etiquetado de los movimientos tiene su importancia y no me parece que permanecer en el limbo ideológico le haga ningún favor la causa de la justicia global.

Además, existe una tendencia de los medios de comunicación dominantes a retratar en general de una manera bastante simplista (como suele ocurrir con muchas otras problemáticas) las dos caras del debate; o bien se es pro o antiglobalización, sin que se llegue a reflejar las muchas visiones y discrepancias que hay en ambos lados del debate. Esta postura tomada por los grandes medios de comunicación no hace más que agravar y reforzar la tendencia simplificadora de crear una ilusión en los individuos que bien se definen como pro o anti, sin entrar en los importantes matices que definen el debate.

Los términos y etiquetas que se utilizan para definir causas tienen una gran importancia, ya que tienen un impacto directo en la percepción que de ellas nos hacemos, especialmente aquellos que toman interés en la problemática. El hecho de que del movimiento antiglobalización haya surgido una corriente que se denomina altermundista (en Francia, España y otros países mediterráneos) o pro-justicia global (en el mundo anglosajón) denota que el término antiglobalización tiene connotaciones imprecisas y negativas. Dentro del llamado movimiento antiglobalización podemos encontrar a individuos y grupos muy dispares que pueden coincidir más o menos en sus pretensiones, pero que a veces reflejan intereses contrapuestos.

Así, en el saco antiglobalización tenemos desde anarquistas, comunistas, socialistas, socialdemócratas, ecologistas, feministas y defensores de los derechos indígenas, hasta (ultra) nacionalistas, proteccionistas, relativistas o partidarios de la autarquía económica. No todos los intereses e ideales de estos grupos coinciden, y de hecho en algunos casos se oponen claramente, pero a pesar de ello, muchos de ellos se unieron durante la primera gran protesta contra la globalización en Seattle, Washington el 30 de noviembre de 1999. La cumbre que organizó la Organización Mundial del Comercio (OMC) fue completamente perturbada. La OMC decidió suspender la inauguración y comenzar precariamente las deliberaciones, Seattle se volvió un completo caos, y la violencia en las calles se descontroló hasta el punto de que las autoridades locales declararon el estado de emergencia y el toque de queda.

Esta heterogeneidad tan abrumadora del movimiento crítico de la globalización neoliberal ha sido y sigue siendo uno de sus puntos débiles. No parece haber un acuerdo en si se rechaza la globalización o se quiere otra. Es aquí donde cada individuo ha de hacer, en mi opinión, un esfuerzo por aclarar su posición. Sobre todo pienso que hay que presionar a los medios de comunicación dominantes para que dejen de retratar a los críticos de la globalización como lo han venido haciendo hasta ahora, por ejemplo escribiendo cartas de protesta a los editores. Sobre todo hay que buscar información en los medios alternativos en los que se pueden encontrar opiniones menos tergiversadas. Si se percibe que hay movimientos que piden una globalización alternativa se abre una vía de acción que no sea la mera manifestación radical y violenta sin objetivos claros.

¿Rechazamos la globalización en cualquier forma que se nos presente?, como es el caso de los partidarios de la autarquía económica y de los (ultra) proteccionistas, que pretenden que una nación debe ser capaz de abastecerse a sí misma y cubrir todas sus necesidades con un mínimo de intercambios comerciales con el exterior y rechazando los capitales extranjeros. ¿La rechazamos porque en el fondo todo son embustes burgueses que impiden el desarrollo de la conciencia revolucionaria de la clase obrera?, como proponen los comunistas ortodoxos.

La globalización puede sin embargo jugar un papel muy importante en el desarrollo de las sociedades y economías de los países más pobres. Sin embargo, la globalización neoliberal basada en la teoría económica del goteo, lo que viene a significar que lo que es bueno para los negocios y los ricos es bueno para el resto de la población, crea cada vez más desigualdad tanto entre países como dentro de cada país. El economista John Kenneth Galbraith decía que esta teoría ya se conocía en los EE.UU con el nombre de "teoría del caballo y el gorrión", que viene a significar que si se alimenta al caballo con las suficientes cantidades de avena, una parte de esta llegará al gorrión tras pasar por el sistema digestivo del caballo.

En resumidas cuentas, o ponemos al caballo y al gorrión a dieta y a trabajar por la patria, el partido, o el líder supremo, o intentamos que el granjero tenga consideración por ambos e intente que tanto el caballo como el gorrión cooperen y piensen más allá de sus propios intereses. Entre tanto deberíamos tener claro donde nos encontramos en este importante debate sobre la crítica a la globalización neoliberal.

viernes, 11 de abril de 2008

Conocimiento y vida, ¿patentados o como bienes comunes?

Tomo prestada una idea que Joseph Stiglitz desarrolla en su libro Cómo hacer que funcione la globalización y que me ha llamado poderosamente la atención. Se trata de la comparación que él y otros autores han hecho de la apropiación y privatización del conocimiento con los cercamientos de los terrenos comunales (enclosures en inglés) a favor de los señores feudales, ocurrida en Inglaterra sobre todo a partir del siglo XVII, y que fue el germen del sistema capitalista de mercado que tenemos en la actualidad.


El Acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio (ADPIC o TRIPS en inglés), como parte del entramado legal de la Organización Mundial de Comercio (OMC), ha dado una vuelta de tuerca más al ya maltrecho estado de la condición libre del conocimiento humano. No es que los derechos de propiedad intelectual sean un error por sí mismos, existen ventajas e incentivos para la creación y la investigación que tienen claros beneficios para artistas y académicos por ejemplo. Sin embargo, existen áreas donde los derechos de la propiedad intelectual, tal y como se recogen en el ADPIC, suponen una amenaza muy clara y grave para el conocimiento e incluso para numerosas formas de vida. La razón es simple, el ADPIC ha supuesto un triunfo para los intereses corporativos en los EE.UU. y Europa, es decir, ha primado como prioridad absoluta el aumentar los beneficios de accionistas y directivos por encima de todo y todos. Los peor parados, como suele suceder casi siempre, son los países en vías de desarrollo y la inmensa mayoría de la población mundial que no puede permitirse los lujos de los que habitan los países industrializados, aunque en estos últimos países también se dejan sentir los efectos perversos del ADPIC. El peligro lo presentan sobre todo las grandes compañías farmacéuticas y las que se dedican a la manipulación genética, que agravan la llamada
tragedia de los bienes comunes.

Por ejemplo, las compañías farmacéuticas se oponen frontalmente al uso de medicamentos genéricos, es decir, aquellos medicamentos que tienen una composición o principios activos similares a los de marcas registradas pero a un coste mucho menor. Estos medicamentos son producidos en su mayor parte por países en vías de desarrollo para hacer posible que personas con bajos recursos económicos puedan acceder a tratamientos contra el SIDA u otras enfermedades graves. La razón principal que arguyen las compañías farmacéuticas es que si se permite la producción de genéricos el incentivo hacia la investigación y el desarrollo de nuevos fármacos quedaría roto. Sin embargo, como bien apunta Stiglitz, las farmacéuticas invierten mucho más en publicidad o medicamentos relacionados con el estilo de vida (crecimiento del cabello, impotencia masculina, etc.) que en otros medicamentos que prevengan o curen enfermedades, y aún menos en aquellas enfermedades que más se dan en los países pobres como la
malaria o la esquistosomiasis, con lo que esa excusa es inaceptable.

Una ley internacional de patentes tan extensa y favorable hacia los intereses corporativos como el ADPIC crea monopolios sobre áreas de conocimiento que lejos de estimular el desarrollo y la investigación, lo que hace es reforzar el carácter lucrativo de la mayoría de los proyectos de investigación. La disyuntiva que se les presenta a las corporaciones es la siguiente; se investiga e invierte tiempo y dinero en pequeñas variaciones de medicamentos ya conocidos que creen nuevas patentes y/o en medicamentos relacionados con estilos de vida, o se hacen esfuerzos para encontrar medicamentos que salven o mejoren las vidas de millones de personas aunque tengan bajos recursos económicos y/o vivan en los países menos desarrollados. Con los incentivos que crea el ADPIC la primera opción es la que prevalece, con lo que hay que crear otros incentivos y elementos de disuasión para que la balanza no se decante solo del lado del puro beneficio económico.

En 2001 el gobierno de los Estados Unidos no dudó un momento en amenazar a Bayer con hacer caso omiso de su patente sobre Cipro, el antídoto más efectivo conocido contra el ántrax, con lo que Bayer tuvo que ceder en sus pretensiones. Esta medida fue tomada porque se creyó que la emergencia lo requería, sin embargo cuando países en vías de desarrollo intentan resolver sus propias emergencias y crisis causadas por enfermedades como el SIDA, las farmacéuticas con el apoyo de los gobiernos occidentales se niegan a que usen el mismo derecho que los Estados Unidos, lo que equivale a firmar la pena de muerte (lenta y dolorosa) de cientos de miles de personas.

En el mundo académico, el hecho de que no existan derechos comerciales de la propiedad intelectual no significa que el incentivo a la investigación desaparezca. Imaginemos, como dice Stiglitz, que cada vez que a un investigador en un laboratorio o a un matemático se le ocurre una idea vayan a la oficina de patentes con un abogado para registrarla. Se dedicaría más tiempo a cuestiones legales que a la investigación en sí misma. Las corporaciones ignoran esta cuestión totalmente, y además se valen del conocimiento generado por los/as investigadores/as que está a disposición de todo aquel que lo necesite, con lo que dejan ver su lado más hipócrita; ellos se valen del conocimiento generado por otros pero nadie se puede valer del conocimiento generado por ellos.

Las farmacéuticas no dudan tampoco en utilizar plantas medicinales y conocimiento tradicional de zonas y países tropicales para crear medicamentos que luego patentan creando un monopolio sobre su uso, lo que equivale a robar descaradamente ese conocimiento tradicional. A este hecho se le ha llamado piratería biológica. Uno de los casos más conocidos fue el del intento de patentar en los Estados Unidos la cúrcuma (azafrán de las indias) por sus propiedades curativas. La patente se otorgó pero tras años de litigios judiciales finalmente se revocó, lo que costó un tiempo y un dinero muy valiosos para un país en desarrollo como para desperdiciarlo de esta manera.

También está el asunto de los organismos genéticamente manipulados (OGM) y de las grandes compañías que intentan forzar su implantación por todo el mundo, como es el caso de la archiconocida Monsanto. En este caso, se utiliza el ADPIC como una especie de caballo de Troya para meter por la puerta trasera los OGM en los mercados de todo el mundo. Con la (patética) excusa de que los OGM pueden solventar las crisis alimentarias y el hambre de los países más pobres (como si a estas multinacionales les importase el bienestar de los seres humanos), compañías como Monsanto intentan ganarse la confianza de la gente. Hay que recordar que esta compañía fue la que produjo el agente naranja que fue utilizado en Vietnam por el ejercito americano como defoliante causando muerte y destrucción a escalas pocas veces conseguidas.

En un caso similar al intento de patentar la cúrcuma, la compañía americana RiceTec intentó patentar una variante del arroz Basmati utilizando dicho nombre. La patente se le otorgó a la compañía, aunque de nuevo tras costosos litigios la perdió frente a la India. En otros casos sin embargo, países con menos recursos que la India no pueden permitirse el lujo de enfrentarse a dichos litigios y han de ver como los piratas biológicos saquean su conocimiento medicinal tradicional. También son conocidas las prácticas de la compañía Monsanto por las que crea variaciones de plantas que producen semillas que no pueden ser replantadas, forzando a los agricultores a comprar cada año las semillas genéticamente modificadas. Esto equivale a privatizar formas de vida que hasta ahora han estado disponibles libremente. El peligro no solo es social, también lo es ecológico dado que los OGM se pueden propagar y contaminar otras plantas y cultivos, y sanitario ya que aún queda pendiente el probar que los OGM no son perjudiciales para la salud humana y animal.

Para acabar, solo apuntar que una de las más importantes y valiosas facetas de la vida es el conocimiento. Toda iniciativa individual o colectiva que resista la comercialización de esta área de interacción humana es más que bienvenida, aunque sea simplemente porque nos hace más libres y más humanos.