lunes, 10 de septiembre de 2007

La fase de globalización actual y los retos básicos que plantea

La globalización sólo se puede entender como un fenómeno dinámico y multidimensional cuyos efectos se dejan sentir de manera diferente en distintas partes del mundo así como en diferentes sectores de población. Además, la globalización suele ser interpretada de manera muy diferente según se la considere como un fenómeno que tiene una trayectoria irreversible con consecuencias que aumentan de manera exponencial, o bien, de una manera menos determinista, se cuestiona su alcance e incluso se llegan a proponer vías alternativas.

La globalización se podría describir brevemente como la creciente interrelación e interdependencia en los ámbitos económico, financiero, social y cultural a escala mundial que tienen como resultado una homogeneización de estas dimensiones de la actividad humana. La fase actual de la globalización — la llamada globalización neoliberal — se puede decir que comenzó a partir de la década de los setenta. Fue a principios de esa década cuando se abandonó el sistema monetario internacional establecido tras la II Guerra Mundial que se basaba en tipos de cambio fijo. Se empezaron a utilizar desde entonces los tipos de cambio flotantes, algo que ayudó de manera considerable a la expansión de los mercados financieros de carácter especulativo que han ido ganando en capacidad de expansión e influencia. Fue también en esa época cuando en EEUU y el Reino Unido (RU) — con la llegada al poder de Reagan y Thatcher — se empezaron a abandonar las políticas de pleno empleo, bienestar social y estabilidad macroeconómica que habían marcado las economías de los países más desarrollados desde el final de la II Guerra Mundial. Fueron estos países principalmente (EEUU y el RU) los que comenzaron a exportar al resto del mundo — gracias entre otras cosas al peso de sus economías y al papel dominante que tienen en muchas organizaciones internacionales — un modelo basado en una creciente desregulación de la economía y un papel mínimo para el estado.

En la actualidad, los países más desarrollados — en especial la triada formada por EEUU, UE y Japón — siguen en mayor o menor medida el modelo neoliberal. Esto tiene como consecuencia el que otros países menos desarrollados se vean arrastrados a adoptar políticas similares. A su vez, Organismos internacionales tales como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM) o la Organización Mundial del Comercio (OMC) condicionan frecuentemente los prestamos o ayudas al desarrollo que ofrecen a que los países receptores adopten medidas neoliberales de apertura de sus mercados. Uno de los principios en los que se basan estas organizaciones es el de ventaja comparativa, por el cual se supone que todo país ha de especializarse en aquello que se le dé mejor (aunque haya otros países que sean mejores en ello), y que hay oportunidades para todos los países al abrir y liberalizar sus mercados. Este último aspecto es visto por los detractores de la globalización neoliberal no como una oportunidad, sino como una amenaza al desarrollo humano que no hace sino perpetuar la desigualdad a escala mundial. Parece bastante razonable pensar, a la luz de los resultados, que los detractores de la globalización neoliberal van mejor encaminados.

Por un lado, algunas de las principales organizaciones internacionales en materia de comercio y desarrollo — FMI, OMC, BM —, así como la mayoría de los países desarrollados, predican e imponen a los países menos desarrollados el mantra de la liberalización y la apertura de mercados, mientras que por otro lado ellos mismos no siguen sus propios principios. Como ejemplo más claro están los subsidios a la producción y exportación de productos agrícolas en EEUU y la UE que hacen un daño terrible a los pequeños agricultores de países menos desarrollados, literalmente arruinándolos, mientras que los mercados europeo y norteamericano ponen tarifas y prohibiciones a aquellos productos (agrícolas, textiles y de otros tipos) que puedan competir con los suyos. De esta manera el principio de ventaja comparativa que tanto predican es solo impuesto en una dirección, es decir, dirección Norte-Sur.

Es curioso ver como aquellos países en vías de desarrollo que en las ultimas décadas han experimentado un mayor avance son precisamente aquellos que no han seguido la receta neoliberal. Entre ellos cabe destacar los llamados nuevos países industrializados (NPI) también conocidos como los tigres asiáticos (Malasia, Tailandia e Indonesia) y los dragones asiáticos (Corea, Taiwan, Hong-Kong y Singapur). Los gobiernos de estos países han conseguido convertir sus economías en exportadoras de manufacturas precisamente interviniendo, regulando y protegiéndolas hasta que estas estaban preparadas para competir con países mas desarrollados. Igualmente sintomático parece el caso de la Argentina, considerada durante bastante tiempo la alumna ejemplar del FMI, y que siguió al pie de la letra el mantra neoliberal de liberalización, privatización, y minimización del papel del gobierno. Los efectos desastrosos que sufrió la economía Argentina son reveladores.

A esto hay que añadir otras dimensiones de la globalización neoliberal que tampoco parecen tener efectos positivos en el desarrollo humano a escala global. Como se apuntaba arriba, los flujos de capital inversor han crecido y ganado en influencia desde que se dejaron atrás las tasas de cambio fijas y se comenzaron a liberalizar los mercados financieros en todo el mundo. Bien conocidas son las crisis que provocan estos flujos gigantescos de capital de naturaleza especulativa que tienen una gran capacidad de desestabilización. Igualmente condicionan las políticas de los gobiernos ya que si no se les complace simplemente se produce una fuga de capital allá donde se den las condiciones que los inversores buscan.

Parece que las brechas económica, social y tecnológica se están ampliando entre los países del Norte y del Sur. Así lo parecen reflejar los informes de desarrollo humano de las Naciones Unidas. Esta desigualdad tan persistente y que parece aumentar afecta a todos los países ricos como a los pobres. El fenómeno de la inmigración — que viene dado por la suma de alguno de los factores aquí mencionados — está tomando cada vez más importancia, y en Europa por ejemplo, es una verdadera tragedia diaria.

En resumidas cuentas, parece bastante evidente que para la mayoría de los seres humanos esta globalización neoliberal no presenta oportunidades sino más bien amenazas muy serias. Sin embargo, parece posible, y muy deseable, una globalización que no tenga como únicos patrones de medida el puro crecimiento económico, el enriquecimiento de ciertas elites que se supone crean riqueza para todos y el doble rasero en la imposición de normas de comercio. La globalización podría ser utilizada por los países menos desarrollados de manera que puedan proteger sus economías en etapas iniciales (como los países desarrollados hicieron a su vez con las suyas) y así crear riquezas que se distribuyan y puedan disminuir las desigualdades en los ámbitos nacional y global. Para ello los países ricos han de abandonar sus privilegios y, como se indica en el informe del PNUD 2001, considerar al ser humano como el fin del desarrollo y no como un medio para el desarrollo, rechazando su reducción a mero factor de producción o capital humano.


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